Los pasados 20-22 de octubre de 2025 se celebró en la sede de la UNAM de México el XXI Encuentro Internacional de la Asociación Iberoamericana de Educación Superior a Distancia (AIESAD). Además del acto de entrega del Premio García Aretio a la Trayectoria de vida Profesional ligada a la EaD, fui invitado a otras dos intervenciones. a) participación en el Foro Educación como bien público, equitativa e inclusiva, y b) impartición de la Conferencia Magistral: La nueva EaD: materializando la promesa de “mejor educación para más”. Por una parte, en el mismo acto y, posteriormente, me han llegado solicitudes de si dispongo del texto de ambas intervenciones. Pues bien, en dos entradas sucesivas de este Blog, insertaré, tanto el texto de esas intervenciones como el vídeo de cada ocasión. Vamos ahora con la conferencia.
(vídeo debajo)
Es un profundo honor haber sido invitado para pronunciar esta conferencia en esta casa. Y es especialmente significativo hacerlo bajo el eco de una de sus voces más lúcidas, la del Dr. Pablo González Casanova, y su consigna imperecedera: “mejor educación para más”.
En un libro de la Universidad de Guadalajara, de 2002, se recogen las Memorias del X Encuentro Internacional de Educación a Distancia que versaba sobre el tema “Hacia la construcción de la sociedad del aprendizaje”. En ese encuentro y en ese libro, tuve el honor de coincidir con el Dr. González Casanova.
Y ahí le escuché y, posteriormente, le leí ese lema de “mejor educación para más” en su ponencia que tituló “Educación, ética y democracia”. Yo impartí otra conferencia, recogida igualmente en ese libro, titulada “¿Dónde están las bases para las buenas prácticas en EaD?”.
Ahí defendía algunas características de la EaD que nos acercaban a esa mejor educación para más personas: la apertura, la flexibilidad, la democratización en el acceso, la socialización, la interactividad, etc., todo ello, tratando de justificar que ya venía de lejos, desde los primeros tóricos de esta modalidad, aquello de mejor educación para más, aunque no descrito con esas pocas palabras.
Desde mis primeras publicaciones y conferencias sobre educación a distancia, allá a inicios de los años 80, tuve como norte y convicción esas inmensas posibilidades de la modalidad para llegar a muchos, pero con la inquietud de hacerlo bien, con calidad.
Quiero decir con ello que esta frase del Dr. González Casanova, para algunos, podría ser un simple lema, un objetivo loable. Para mí, cuando hace más de dos décadas la escuché aquí en México, y la leí después, supuso un reforzamiento de lo que, exactamente, ha sido mi norte, mi biografía académica y personal centrada justamente en esa pretensión, identificada con cuatro palabras por el pensador y exrector de esta casa.
“Mejor educación para más”, lema también de este Encuentro de AIESAD, no es un reto tecnocrático; es una interpelación ética. Es una declaración radical contra la desigualdad. Es una consigna política en el más noble sentido de la palabra. Porque cuando González Casanova la pronunció, cuando yo hablaba y publicaba de esto hace más de 40 años, no estábamos pensando en métricas de eficiencia ni en ratios de matriculación. Estábamos pensando en la justicia social de una educación para más. Estábamos denunciando un sistema que reservaba la excelencia para unas élites mientras ofrecía a las mayorías, en el mejor de los casos, una educación de segunda clase.
Hoy, décadas después, en un mundo radicalmente transformado por la tecnología, esa consigna resuena con una urgencia aún mayor. Porque la promesa de la era digital, la de un conocimiento al alcance de todos, corre el riesgo de convertirse en una nueva forma de exclusión si no la abordamos con profundidad y decisión.
Y permítanme ya que intente materializar la promesa (título de esta conferencia) conectando esta reflexión con una confesión personal. Cuando llego a cierta edad —acabo de iniciar la década de los 80 años de vida— sentí dos impulsos. El primero, el de mirar atrás, hacia mí mismo, y ver mi rastro, una estela de prácticas, ideas, artículos, libros, ponencias, entrevistas, de vídeos…, relacionados con la EaD, una obra diseminada a lo largo de décadas, dispersa, a veces inconexa.
El segundo impulso es el de sentir una profunda necesidad de tratar de poner orden en esa productiva vida intelectual: intentar unificarla, darle un sentido, una estructura coherente, tratar de construir un edificio sólido con los ladrillos que uno ha ido fabricando durante toda una vida, apoyado también en los soportes y contribuciones de otros muchos estudiosos de esta modalidad.
Ese impulso, ese deseo de sistematizar y devolver a la sociedad de forma ordenada y actualizada todo lo aprendido, lo enseñado, lo practicado, investigado, publicado, es el alma del proyecto que inicié el pasado mes de enero y que he denominado “80 años. Compendio EaD”. No es, por tanto, un acto de nostalgia, sino un acto de responsabilidad.
Es mi intento de ofrecer un tratado, un corpus teórico y práctico integrado, que pueda ser útil a quienes vienen detrás. Un legado compuesto por 100 temas diferentes, ordenados en Módulos, de los que, hasta hoy, tienen ya ustedes a su disposición 80 entradas en el blog del Compendio, de libre acceso. Temas que trato de articular, basándolos en mi experiencia, reflexión y producción de décadas, pero siempre, todos ellos, actualizados al momento del conocimiento actual. Esta es la respuesta que, con mi experiencia, intento dar, desde los inicios de mi aventura en este apasionante mundo de la EaD, hace ya cinco décadas y, ahora, recordando esa frase de González Casanova.
Y aquí, en este foro privilegiado, quiero presentarles mi tesis central. La tesis que articula todo este Compendio y que defiendo ante ustedes esta mañana. Sostengo que hoy, por primera vez en la historia de la educación, la "nueva EaD" que estoy tratando de sistematizar en este Compendio nos ofrece las herramientas y los modelos pedagógicos para hacer realidad, por fin y de forma integrada, ambas dimensiones del lema. Afirmo que la vieja dicotomía entre cantidad y calidad es una falacia superada o a punto de superarse. Que podemos, y debemos, aspirar a una educación para más y que sea, al mismo tiempo y sin concesiones, la mejor educación posible. Una educación que no solo instruya, sino que emancipe. Una educación que no solo transmita, sino que transforme. Esa es la promesa que aquí exploro con ustedes.
Vayamos al primer imperativo del lema: "Para Más”
Recordemos por un momento la misión histórica de nuestra modalidad, el ADN que nos define. La Educación a Distancia nació como un acto de rebeldía. Una rebelión contra las barreras. Las barreras geográficas, sí, pero también las económicas, las sociales, las familiares, las laborales...
Fue, y sigue siendo, sin paliativos, la principal herramienta de democratización de la educación superior que hemos conocido. Repito… No era, no es, una simple modalidad; se trata de una filosofía, una toma de postura ante el conocimiento y su distribución, ante la educación, ante el aprendizaje.
Pensemos en la primera generación de la EaD, la de la enseñanza por correspondencia, que hoy nos puede parecer arcaica. Aquellos paquetes de texto que cruzaban países en barco, en tren o a lomos de una mula no llevaban solo textos, apuntes; llevaban esperanza.
Llevaban la promesa de que el saber no era patrimonio exclusivo de quienes podían habitar un campus. Llevaban la dignidad del conocimiento a la mujer que no tenía permitido estudiar, al obrero que buscaba un futuro mejor tras su jornada, al campesino aislado por la geografía. Aquellos tutores que corregían a mano y escribían notas al margen no estaban solo evaluando; estaban tejiendo lazos, estaban diciendo "no estás solo, tu esfuerzo importa".
Luego vino la segunda generación, la audiovisual. La radio y la televisión educativas universalizaron la voz, y después también la imagen del experto, del docente. De repente, la cátedra magistral no estaba encerrada en un paraninfo, en un aula, sino que entraba en los hogares de millones de personas, sembrando la curiosidad y abriendo ventanas a mundos desconocidos. Y finalmente, la tercera y cuarta generaciones, las digitales, que nos trajeron la promesa no solo del acceso, sino de la interacción asíncrona y síncrona.
Cada una de estas etapas ha sido una victoria contra el elitismo que encerraba el saber en recintos amurallados. Esa ha sido nuestra bandera, y debemos ondearla con orgullo.
Y entonces, llegó la pandemia. De un día para otro, el mundo entero se vio forzado a una modalidad a distancia. Pero seamos claros y rigurosos: lo que vimos en 2020/2022, en su mayor parte, no fue Educación a Distancia. Fue enseñanza remota de emergencia. Fue un obligado acto de supervivencia, un esfuerzo heroico de docentes y estudiantes por mantener viva la llama del aprendizaje en circunstancias extraordinarias.
La pandemia, en su crudeza, en su tragedia, nos enseñó dos cosas: primero, el inmenso potencial de la tecnología para garantizar la continuidad educativa. Pero segundo, y más importante, nos mostró por contraste, el valor irrenunciable de poder haber contado con un modelo de EaD bien planificado, con un diseño pedagógico sólido, con docentes formados y con un sistema de apoyo integral al estudiante (eso, no lo teníamos). Aquella crisis no hizo más que subrayar que la EaD de calidad no se improvisa; se diseña, se construye y se cuida.
Aquella experiencia global nos obligó a mirar de frente las nuevas fronteras de la exclusión. La barrera ya no es solo la distancia física a un campus, sino la brecha digital de disponibilidad de tecnologías o conectividad, la barrera de competencias, que separa a quien puede usar la tecnología para aprender de quien se ve abrumado por ella.
La barrera no es solo el coste de la matrícula, sino el coste de oportunidad para un adulto trabajador que debe elegir entre formarse o llevar un sustento a su familia. La barrera no es solo el acceso a la red, sino la capacidad de navegarla críticamente, de distinguir la información veraz del ruido, de construir conocimiento en lugar de ahogarse en datos. La exclusión del siglo XXI se viste de sobrecarga informativa y de analfabetismo digital funcional.
Nuestra respuesta, por tanto, debe ser más sofisticada. Ya no hablamos solo de llevar un paquete de materiales a un pueblo remoto. Hoy, como desarrollo en varias entradas del Compendio, hablamos de un ecosistema digital de aprendizaje, integrado y centrado en el estudiante.
En este ecosistema, además de las modalidades exclusivamente a distancia, las mixtas, híbridas, flexibles, ocupan un lugar central. Pero ¡cuidado! Huyamos de la improvisación, de aquel blended de emergencia que simplemente sumaba una videoconferencia a una clase tradicional.
Eso no es hibridación, es una claudicación. La verdadera hibridación, la que expande el acceso sin sacrificar la calidad, nace de un diseño pedagógico robusto, donde cada entorno, el físico y el digital, se explota para lo que mejor sabe hacer. Crear esta sinergia es un desafío de arquitectura pedagógica, no de infraestructura tecnológica.
Hablamos también de microcertificaciones. Y de nuevo, ¡alerta! No como una devaluación del conocimiento universitario o una concesión al mercado, sino como una respuesta inteligente y pertinente a la necesidad imperiosa del aprendizaje a lo largo de la vida. En un mundo de cambio acelerado, los títulos tradicionales ya no son suficientes. Las microcredenciales son la expresión de una universidad que dialoga con su entorno, que conecta de forma real con la sociedad y el mundo productivo, ofreciendo pasarelas flexibles y acumulativas de conocimiento.
Sin embargo, y aquí quiero ser enfático, no podemos caer en la autocomplacencia del número. El acceso es solo el primer paso. La inclusión real no es abrir la puerta; es, tras abrirla, garantizar que quienes entran no se encuentren con un espacio vacío y hostil. Es ofrecer el andamiaje, el acompañamiento y el sentido de pertenencia para que puedan permanecer, participar, avanzar, culminar y, en definitiva, transformar sus vidas.
El gran desafío de "para más" hoy, se llama inclusión real y permanencia con éxito. Y eso, colegas, no se resuelve con mejores servidores o plataformas más vistosas. Se resuelve con pedagogía, con tutoría proactiva que detecta los problemas antes de que sea tarde, con servicios de apoyo al estudiante, con una institución que se preocupa genuinamente por la trayectoria de cada uno de ellos.
El segundo imperativo: "Mejor educación”. Y esto, nos lleva al corazón de mi argumento, al núcleo de la batalla intelectual y pedagógica que algunos de los aquí presentes o que nos puedan seguir en la distancia, hemos librado durante décadas. Hemos cargado con un estigma. Una falacia perversa que oponía la masificación a la calidad. Como si ofrecer educación a muchos implicase, necesariamente, degradarla. ¡Qué inmenso error! ¡Qué visión tan empobrecedora y elitista!
Esa idea, nacida de la desconfianza y del academicismo más rancio, es la enemiga del progreso, el ancla que nos ha frenado, a los que practicamos y defendemos la EaD desde demasiado tiempo atrás, obligando a algunos, incluso, a pedir disculpas, a pedir perdón, por nuestra propia existencia (confieso que personalmente, nunca lo hice). Porque la idea que susurra en muchos claustros universitarios es que, lo que hacemos, es una versión de segunda, una solución menor para quienes no pudieron acceder al "verdadero" templo del saber.
La "nueva EaD" que defiendo, ahora más que nunca, se rebela frontalmente contra esa dicotomía. No la matiza, no la negocia, sencillamente: la dinamita. No se trata de usar la tecnología para hacer lo mismo de siempre, pero a distancia. Se trata de aprovechar el potencial de la distancia y de la mediación tecnológica para hacer las cosas de una manera radicalmente distinta y, me atrevo a decir, pedagógicamente más, mucho más rica.
Y para explicar cómo, permítanme desgranar brevemente la idea central que ha articulado todo mi pensamiento pedagógico del último cuarto de siglo, el núcleo de mi propuesta para una EaD de calidad: el Diálogo Didáctico Mediado.
La educación, en su esencia más pura, es conversación, es comunicación, es un diálogo. Olviden por un momento la tecnología e imaginen esto:
DIÁLOGO. Primero, un diálogo del estudiante con los materiales. Estos no pueden ser meros repositorios de datos, simples PDF estáticos que emulan un libro de texto muerto. Un PDF es un monólogo del autor. Deben ser artefactos cognitivos ricos, sugerentes, que interpelan y provocan.
Segundo, un diálogo con sus pares. Porque el aprendizaje, en contra del mito del estudiante a distancia solitario, es profundamente social. Aprendemos en interacción con otros. Nuestra tarea como diseñadores de EaD es crear los espacios y las dinámicas para que ese diálogo entre pares florezca. No hablo de foros vacíos donde los estudiantes se limitan a cumplir un requisito con intervenciones insustanciales.
Y, tercero. fundamentalmente, un diálogo con sus docentes. El docente en la EaD de calidad no es un mero transmisor, ni un simple corrector de tareas. Es un guía, un curador de contenidos, un provocador intelectual y un mentor. Es la figura que aporta el feedback de calidad, personalizado y orientado a la mejora; que anima en los momentos de duda y frustración, tan comunes en el aprendizaje autónomo; y que eleva el nivel de la conversación intelectual, conectando los contenidos del curso con la realidad profesional y social del estudiante.
DIDÁCTICO. El componente didáctico de la TDDM pone el énfasis en la intencionalidad pedagógica que subyace a todas las decisiones educativas. Esto implica que cada elemento o variable de la acción formativa —contenidos, actividades, recursos, estrategias y evaluación— sea seleccionado y diseñado de manera deliberada, respondiendo a competencias y objetivos claros y socialmente valiosos.
MEDIADO. Cuando esta triple conversación con intencionalidad pedagógica se produce a través de medios –impresos, audiovisuales o digitales–, estamos ante el Diálogo Didáctico Mediado. Esta no es una teoría sobre tecnologías. Es una teoría sobre la comunicación humana orientada al aprendizaje valioso.
Y llegados a este punto, es donde el presente se vuelve vertiginoso y apasionante. Porque herramientas como la Inteligencia Artificial Generativa, que hoy ocupan tantos debates, no deben ser vistas como una amenaza a ese diálogo, ¡sino como su más formidable potenciador!
No hablo de sustituir al humano, ¡jamás! Hablo de fortalecerlo. Imaginen una IA bien diseñada que no solo corrige un error, sino que pregunta al estudiante sobre su razonamiento, ofreciéndole pistas para que él mismo descubra su fallo.
Imaginen sistemas que generan contenidos adaptados no solo al ritmo, sino al estilo cognitivo de cada estudiante, ofreciendo explicaciones en vídeo a quien es más visual, o textos detallados a quien es más verbal. Imaginen que la IA nos libera, a los docentes, de las tareas más mecánicas y repetitivas —la corrección de tests, la gestión de calendarios— para que podamos dedicarnos a lo insustituible: al diálogo, a la conversación profunda, a la mentoría, a inspirar, a encender la chispa del pensamiento crítico. Pero, y lo subrayo con la máxima energía, lo que afirmo, solo será posible si lo hacemos con una buena pedagogía, desde un enfoque crítico, ético y con el ser humano siempre en el centro.
Esto nos lleva a una deducción ineludible: el rol del docente no desaparece, ¡se agiganta! Así, en el año en que conmemoro mi 80 aniversario, y precisamente para ayudar en esta tarea monumental, surge el Compendio EaD, en el que estoy comprometido, busca ser un instrumento útil, una caja de herramientas para la formación y la autoformación de los docentes que este nuevo paradigma reclama, una base para la investigación y mejora de nuestra actividad docente e investigadora. Van a ser 100 entradas, unas 700-800 páginas si se tratase de un libro.
Estoy pretendiendo ahí mostrar que la "mejor" educación no es la que llena la cabeza de datos, sino la que transforma la mirada, la que dota de sentido y la que nos habilita para construir un mundo más justo.
CONCLUYENDO
Estimados colegas.
Hemos vivido demasiado tiempo atrapados en un falso dilema. Nos decían: o eligen cantidad, o eligen calidad. O llegan a muchos con una educación modesta, o forman a unas élites con una educación excelente. Era la tiranía de la disyuntiva, una elección tramposa que nos obligaba a renunciar a una parte de nuestra misión.
Hoy, yo les digo: ¡BASTA! Ese dilema es una reliquia del pasado. La "nueva EaD" hoy nos permite, como dije antes, por primera vez en la historia, hacer que "mejor" y "para más" no sean objetivos contrapuestos, sino las dos caras de la misma moneda. La tecnología nos da el alcance (más). La pedagogía del diálogo nos da la profundidad (mejor). Juntas, nos dan la revolución. Una revolución silenciosa, quizás, pero imparable. La revolución de demostrar que es posible escalar la excelencia, que la calidad no es un bien escaso que deba ser racionado, sino un derecho que debe ser universalizado.
Mi llamada a la acción, para esta comunidad de AIESAD, es que asumamos el liderazgo que nos corresponde. Que dejemos de rizar el rizo hablando de inclusión y de calidad. Que pasemos de la reflexión a la acción coordinada. Que construyamos alianzas estratégicas no solo para hablar de estos temas en congresos como este, sino para actuar:
- Propongo la creación de un Observatorio Iberoamericano sobre IA y Ética en la Educación a Distancia, que nos guíe en la adopción crítica de estas tecnologías, creando códigos de buenas prácticas y velando por un uso que respete la dignidad y la autonomía de estudiantes y docentes.
- Propongo impulsar una plataforma compartida de recursos educativos abiertos de alta calidad, revisados por pares, que garantice que nuestros materiales dialogan de verdad con los estudiantes, superando la endogamia institucional y colaborando para crear el mejor acervo posible para nuestros pueblos.
- Propongo trabajar en un marco común de reconocimiento de microcredenciales que dé fluidez y valor al aprendizaje a lo largo de la vida en toda nuestra región, creando un verdadero espacio iberoamericano del conocimiento flexible y adaptado al siglo XXI.
La pregunta ya no es si es posible. La pregunta es si tenemos la audacia, la visión y la voluntad política para hacerlo realidad.
Termino. Este "Compendio EaD" nacido de esa necesidad personal de ordenar y legar, no es un monumento funerario, estoy vivo aún. No es un punto final. Es un legado abierto, un mapa de caminos recorridos y, sobre todo, una invitación. Una invitación a que sigamos dialogando, a que sigamos construyendo, a que sigamos luchando, juntos, por esa mejor educación para más que nuestros pueblos no solo necesitan, sino que merecen.
Muchísimas gracias.
Vídeo de esta conferencia

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