En un post anterior criticaba el método de la lección magistral como estrategia docente habitual en nuestras aulas universitarias, más allá de valorar algunas de sus hipotéticas ventajas cuando se imparte bien y por docentes competentes en esa metodología. Pero, claro, para una lección magistral considerada como tal, se precisa de un docente, de un espacio y de los que acuden a escuchar (participar) tal lección. Pero, ¿qué sucede cuando se prescinde de esa relación presencial docente-estudiantes?
Muchos de aquellos que atacaban la lección magistral y se fueron subiendo al carro de lo nuevo, porque ya no se hacía preciso hablar en directo para 50-100 alumnos a la vez, vinieron a reproducir los vicios criticados de las artes propias de una mala lección magistral en formato presencial, mostrando un texto monocorde (aunque dentro del mismo existiese excelente contenido), monocolor y con un enfoque escasamente pedagógico y, por tanto, de dificultosa aprehensión por parte del lector.
De ahí surgió el que muchos teóricos de la educación a distancia nos esforzáramos por trabajar, con el fin de no calcar los vicios criticados de aquellas negativas lecciones magistrales presenciales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario